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La economía civil, una economía para las personas

Lo dice el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: levantar la voz frente a una “economía de la exclusión” donde las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, mientras las de la mayoría quedan cada vez más lejos del bienestar es deber de los cristianos, que tienen en la Doctrina Social de la Iglesia la guía para trabajar en la construcción de un orden social más justo y más humano. Y aunque en los últimos años se ha experimentado un evidente progreso, gracias principalmente a la revolución tecnológica, hay signos evidentes también, de que el modelo económico actual exige una revisión profunda. Puesto que, a medida que aumenta el crecimiento en las economías más avanzadas, las desigualdades se hacen cada vez más patentes.

El último informe del Fondo Monetario Internacional, ya en el año 2015, alertaba de una gran brecha en el PIB mundial. Un 50 por ciento de la riqueza de todo el planeta está concentrada en un 1 por ciento de la población, los considerados más ricos del planeta,  frente a un 99 por ciento restante. La gran recesión del 2008, el auge de la economía digital y el low cost, que concentra el poder económico en grandes monopolios, han favorecido esa economía de dos velocidades que puede agravarse si las previsiones de la llegada de una nueva recesión económica se cumplen. Y la desigualdad amenaza, no sólo la estabilidad económica, sino también a la democracia y a la paz. “Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres, pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. (...) Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz”. (Evangelii Gaudium, 59)

Son muchos los que, inspirados en esta Doctrina Social de la Iglesia, trabajan por el cambio a un nuevo modelo económico, más humano, más justo e igualitario, que prime el bien común frente a intereses particulares o individuales. Algunas de estas voces se han podido escuchar en el XXVI Curso de DSI, organizado por la Comisión Episcopal de Pastoral Social y la Fundación Pablo VI los días 4 y 5 de septiembre, con el título “La economía civil. Una economía para las personas”.

Economistas, profesores, empresarios, responsables de la pastoral social, religiosos, profesores de secundaria y bachillerato y trabajadores o responsables de Caritas y otras entidades de acción social, han compartido propuestas y experiencias de actuación, sobre la base de modelos económicos éticos y de cooperación que ya están funcionando.

Qué es la economía civil

No se trata de demonizar el modelo capitalista, sino de buscar el término medio entre “una economía salvaje o una economía colaborativa”. Porque “nos encontramos en un momento en que las diferencias entre ricos y pobres son tan grandes como las que existen entre los elefantes y las hormigas”, porque “los oligopolios y la concentración de poder en pocas manos es uno de los grandes problemas de actualidad”, y porque “cuando unas pocas personas concentran la riqueza, están en situación también de imponer su voluntad a toda una nación”. Son las palabras de Alessandra Smerilli, Consejera de Estado de Economía del Papa y profesora de Economía Política en la Facultad de Ciencias de la Educación Auxilium, de Roma, durante la inauguración del curso. Como firme defensora de la Economía civil, Smerilli aboga por un modelo basado en la responsabilidad y solidaridad, que guíe a todos los actores del sistema económico (empresas, banca y consumidores) y que no se olvide tampoco del “grito de la Tierra”.

 

 

La sostenibilidad, clave para combatir la exclusión

“Hasta ahora ha sido difícil unir el mundo de la sostenibilidad con el mundo de la pobreza. La defensa del medio ambiente y la causa de los pobres parecían ser batallas diferentes e, incluso, antagónicas”. Pero la Laudato Si’ es clara al respecto: el grito de la Tierra es también el grito de los pobres, y las consecuencias de un comportamiento y una economía ambientalmente insostenibles son los más pobres quienes las sufren.

Un ejemplo claro es la industria textil. La ropa de usar y tirar está creciendo a un ritmo descontrolado en todo el mundo, favorecida por el modelo low cost de producción de prendas baratas y de mala calidad, y ligada a bajos estándares laborales (salarios bajos y trabajos precarios). Este modelo de producción conlleva un alto coste medioambiental, no sólo por los pesticidas, los tintes y la gran cantidad de agua que se necesita, sino también por la ingente acumulación de basura, que resulta cada vez más difícil de gestionar. En la Unión Europea apenas se recicla el 25% de los más de 16 millones de toneladas de residuos textiles que se generan cada año. Y, en la mayoría de los casos, son los países pobres los que se están haciendo cargo de esta basura, que provoca entre 400 mil y un millón de muertes al año.

 

industria

 

Está claro que “el sistema industrial, al final del ciclo de producción y consumo, no ha desarrollado la capacidad de absorber y reutilizar los residuos. Todavía no hemos logrado adoptar un modelo circular de producción que garantice recursos para todos y para las generaciones futuras, y que exija limitar en la medida de lo posible el uso de recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia de la explotación, la reutilización y el reciclaje. Abordar esta cuestión, dice la asesora económica del Papa, sería una forma de contrarrestar la cultura de los residuos que acaba perjudicando a todo el planeta”.

Responsabilidad de consumidores e inversores

Por eso, en la construcción de una economía civil que esté al servicio de las personas, todos somos responsables, incluyendo los consumidores. No es coherente “denunciar un sistema económico de explotación o desigualdad y luego fomentarlo con nuestro modo de consumo, de ahorro o de inversión. Si invertimos en bancos que financian fábricas de armas, seremos cómplices de guerras. Si nuestros bancos financian empresas que no respetan el medio ambiente, estamos contribuyendo al cambio climático global”. Y, del mismo modo, si compramos en empresas que fomentan la precariedad y la explotación “estaremos contribuyendo a la desigualdad”, alerta Smerilli. “Comprar no es solo un acto económico, también un acto moral” que implica una decisión ética de respaldar o no un determinado modus operandi. Es lo que el economista Leonardo Becchetti, catedrático de la Universidad Tor-Vergata de Roma denomina “el voto con la cartera”: del mismo modo que el mundo de la política se nutre por el voto de los ciudadanos, el mundo de la economía social de mercado se nutre por el voto de los consumidores. Comprar en una gran superficie o en una tienda de barrio, favorecer a una determinada marca, comprar on line frente favorecer la venta personalizada, o consumir por encima de nuestras necesidades son decisiones única y exclusivamente nuestras.

 

LeonardoBeccheti

 

Pero, en este ámbito de la responsabilidad del consumidor entran en juego factores que van más allá de la mera necesidad y que ha sabido explotar muy bien el modelo capitalista. Lo explica el profesor de Economía de la Universidad Complutense Pedro Gómez Serrano: “gran parte de la economía capitalista se dedica a producir necesidades y educar al consumidor en una búsqueda material de la felicidad”. Un sistema “que parte de una concepción errónea del hombre, porque confunde bienestar y felicidad y se olvida de realidades tan esencialmente humanas como la gratuidad y el don”, afirma el profesor de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Valencia Agustín Domingo Moratalla. Por eso, “nunca se insistirá bastante en que el capitalismo no puede funcionar” y que “hace falta una nueva ciencia económica, basada en una antropología realista”.

La racionalidad de lo suficiente

¿Cuál sería la clave de este cambio de paradigma? El profesor Enrique Lluch Frechina, Director del Departamento de Economía y Empresa de la Universidad Cardenal Herrera CEU de Valencia, propone un cambio de las reglas del mercado, donde el objetivo no esté en el crecimiento económico sino en que todo el mundo “tenga lo suficiente para vivir”. “Poner la economía al servicio de la vida”, dice Lluch Frechina, “es compatible con el cuidado de la creación y potencia el compartir, el altruismo y la gratuidad”.

El profesor Enrique Lluch forma parte de la Fundación Europea para el Estudio y la Reflexión Ética (FUNDERÉTICA), donde coordina y dirige numerosas publicaciones sobre cómo cambiar el paradigma económico actual, que genera, como dice el Papa, “una economía que mata”. Un cambio de paradigma que pasa porque las empresas tengan como prioridad “la generación de un tejido social” que mejore la vida de las personas.

Sería convertir la Responsabilidad Social en el eje transversal de toda acción empresarial, en vez de usarla para alcanzar un posicionamiento o con una finalidad economicista. Porque, cuando se analiza hoy el estado de la RSC en las empresas, dice la profesora de comunicación Elisa Marco Crespo, observamos cómo ésta es más cosmética y utilitarista, que finalista.

La matriz del Bien Común

¿Y por dónde pasa esta transformación de las empresas? El economista Joan Ramón Sanchis habla de 4 valores básicos: dignidad humana; solidaridad y justicia social; sostenibilidad ecológica; y transparencia y participación democrática, que constituyen lo que se denomina la Matriz del Bien Común. Estos valores, que han de guiar la actuación de las empresas en relación con todos sus grupos de interés (proveedores, propietarios y financiadores, trabajadores, clientes y entorno social) se traducen en acciones muy concretas: “el fomento de la contratación estable sobre la temporal; la apuesta por la igualdad de género, la equidad salarial y la contratación de personas con diversidad funcional; trabajar con proveedores locales; facilitar la participación de los clientes en las decisiones que les afectan directamente; favorecer la participación y el trabajo en equipo de las personas empleadas o reducir las emisiones de CO2 o la huella ecológica.

Economía de Comunión

No estamos hablando de utopías, dice Alessandra Smerilli, “sino de modelos económicos que han desarrollado exitosamente empresas en todo el mundo”. Como ejemplos el grupo empresarial fundado por Adriano Olivetti en Italia; el creado en Mondragón (Bilbao) por el sacerdote José María Arizmendiarrieta; o el modelo Economía de Comunión, impulsado por la fundadora del movimiento de los focolares, Chiara Lubich. Este movimiento económico y social de alcance internacional está conformado por empresarios, empleados, obreros, académicos, estudiantes, organizaciones y consumidores que trabajan junto a muchas otras expresiones de la sociedad civil para transformar diariamente la economía de mercado, en un ámbito que contribuya a la promoción integral y solidaria del hombre y la sociedad.

En el mundo secundan este espíritu de Economía de Comunión hasta 800 empresas, con 3 líneas de acción concretas: sostener a las personas más necesitadas; extender la cultura del dar y de la reciprocidad; y desarrollar la empresa, creando puestos de trabajo y riqueza y orientando toda su acción a la consecución del bien común. Un ejemplo es centro residencial de mayores La Miniera, ubicado en Dos Hermanas, Sevilla, donde a base del respeto, la confianza y la comunión “hemos conseguido que los trabajadores sientan esta empresa como suya”, explica su gerente, Elena Bravo.

Pero cambiar esta mentalidad económica implica también un cambio de planteamiento del modelo educativo, que incluya los valores económicos solidarios dentro de la escuela. El programa de educación en valores económicos solidarios que ha diseñado la Fundación SM ofrece materiales y herramientas para que equipos directivos y educadores trabajen la cooperación frente a la competitividad.

La economía no es neutra

Aunque con demasiada frecuencia hay quienes acusan de “incompetentes, demagogos o poco conocedores de la dinámica empresarial” a los que reclaman desde dentro de la Iglesia un nuevo modelo económico, la Doctrina Social es meridianamente clara al respecto, apunta la directora del Máster Universitario en DSI de la Universidad Pontificia de Salamanca, Mª Teresa Compte Grau, cofundadora del Foro Creyente de Pensamiento Económico y Empresarial. Estas acusaciones “no son nada nuevo”, recuerda. No olvidemos nunca que en el mundo católico, más católico, se rezaba por la conversión de León XIII”, precisamente por sostener que “también en el orden económico se deben tener en cuenta los fines morales de la existencia humana y las normas éticas”. “No es solo posible, sino que iría contra el Magisterio y contra la propia antropología y Teología cristiana sostener que no es posible otro orden en las relaciones económicas”. 

Sandra Várez
Directora de Comunicación de la Fundación Pablo VI

 

XXVI Curso de Doctrina Social de la Iglesia

 




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