Síntesis de la sesión del 9 de mayo de 2024
La quinta sesión ordinaria del seminario versó sobre distintos terrenos culturales que afectan a la capacidad de respuesta de Europa, en particular: la secularización, las modas transnacionales y las guerras culturales. Jesús Conill, catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Valencia y patrono de la Fundación Etnor y Emilio Lamo de Espinosa, Catedrático Emérito de Sociología y de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, intervinieron como ponentes. La sesión continuó con las aportaciones de varios miembros del Consejo de dirección y del Comité de expertos del seminario, en un debate conducido por Jesús Avezuela, director general de la Fundación Pablo VI, y Domingo Sugranyes, director del seminario.
Para Jesús Conill Europa no es un mero espacio geográfico; es un “horizonte cultural” universal, relevante incluso en el mundo globalizado, que tiene “un pasado común en Grecia, Roma, el judaísmo y el cristianismo” (Nietzsche en El caminante y su sombra). Algunos viven Europa como un éxito histórico, otros como un fracaso o una decepción. Europa ha sido y sigue siendo un potente motor de invención cultural: los campos en los que se construye la realidad europea – ciencia, tecnología, derecho, economía, política, arte, religión – son a su vez formas culturales que pueden contribuir a perfeccionar la realidad humana. La cultura no es mera decoración de la vida. Es responsabilidad de los intelectuales continuar planteando la cuestión de la “significación” de los “hechos”; de lo contrario se puede perder en Europa la atención al orden superior de los valores que fecundan la vida humana.
Jesús Conill pasó a continuación a analizar los tres terrenos culturales europeos propuestos por el seminario.
La secularización
La secularización tiene diversos sentidos, uno de ellos es el del distanciamiento entre la religión y la sociedad moderna, otro es el del declive de la religión y su pérdida de influencia social. También se traduce en privatización: “No sólo la sociedad funciona por completo al margen de la religión, sino que hasta para la vida cotidiana de las personas la religión se revela inoperante e insignificante”.
La teoría de la secularización se ha convertido para muchos en el paradigma interpretativo de la realidad social y personal, pero tanto en el terreno sociológico como en el filosófico, en los últimos tiempos, han surgido nuevos enfoques, autores que hablan del paradigma de la postsecularidad. Para estos teóricos, lo que hoy llamamos razón moderna se ha constituido en largos procesos de aprendizaje, por “ósmosis semántica” (término de Habermas), entre la fe cristiana y el pensamiento secular. Hay una transferencia de conceptos bíblicos al contexto filosófico y cultural que es fundamental y de la que no nos damos cuenta, porque los conceptos funcionan como si los hubiéramos creado nosotros. Hay conceptos como libertad, intimidad, dignidad, reconocimiento mutuo que son fruto de un aprendizaje recíproco entre la conciencia religiosa y la razón culturalmente secular. Desde este reconocimiento “genealógico” de la cultura, Jesús Conill deduce una propuesta para la convivencia social: “modernizar la conciencia religiosa y delimitar la radicalización secularista”, un propósito que “solo es posible si se desarrollan una fe y una razón autocríticas, dispuestas a aprender recíprocamente, en vez de enrocarse en una presunta autosuficiencia”.
Modas trasnacionales
La cultura parece disolverse en el fluir de las modas. La moda y su volatilidad son inseparables de la condición humana. Hoy más que nunca, las modas nos llevan a gran velocidad y ese ritmo conforma las mentes. Las modas intelectuales son cambiantes, a veces contradictorias entre sí, y nos hemos acostumbrado a la mercantilización de los “productos” intelectuales que está marcando el estilo de vida, con modas que van desde la “narcocultura” o el amor por los animales hasta el absentismo laboral o la “psicología positiva”. Una de las modas más preocupantes para Jesús Conill es la conversión de la vida en espectáculo: “la preocupación de los jóvenes por su físico, con el refuerzo de las redes sociales y la conversión de la vida en espectáculo, está provocando acosos, enfermedades mentales y suicidios”.
Las guerras culturales
Algunas modas adquieren tal beligerancia que se convierten en guerras culturales. El fenómeno no es nuevo: basta recordar el Kulturkampf de la época de Bismarck o el más reciente “choque de civilizaciones” de Samuel Huntington. Hoy está de moda hablar de polarizaciones. Las nuevas tecnologías y el emotivismo (que se impone a la debilidad de la razón) son campos de guerra cultural. Según Conill, “las batallas culturales más importantes son las que se producen entre distintas generaciones”. Son desacuerdos que van creciendo y se convierten en auténticas batallas que impiden la cooperación social. Si hay guerra, no hay cooperación. Por ejemplo, esa destrucción de acuerdos fundamentales en aquello que en otros momentos nos había unido, como la transición española.
Por último, para Conill, las peores guerras culturales son las de la posverdad, que es la antirazón, y el factor crucial del anti-occidentalismo. Hay una guerra presente y latente donde nos jugamos la jerarquía de los valores occidentales frente a los mundos del Islam, de China y quizás de Rusia.
En su ponencia, Emilio Lamo de Espinosa partió de la idea de que hay una cultura/civilización europea propia, basada en un elemento religioso judeocristiano muy fuerte y especialmente, en el Sermón de la Montaña: la idea de que todos somos iguales hijos de Dios. Otros elementos que la conforman son el legado que nos dejó la civilización romana, las instituciones, el derecho y la ciencia. El resultado de todo esto es que la tecnociencia provocó la revolución industrial, un hecho que proyectó a Europa en un proceso profundo de europeización del mundo.
Europa proyecta al mundo varios vectores de modernidad:
- La forma Estado.
- La economía de mercado.
- La ciencia. El método científico de pensar. Basarse en argumentos empíricos.
- El arte como forma de civilización: hoy, 30 millones de jóvenes chinos tocan al piano la música de compositores europeos.
La paradoja de Europa es que al europeizar el mundo le ha dotado de unos poderes, de conocimientos y de capacidades culturales y materiales de los que carecía. La europeización ha empoderado el mundo , pero, al mismo tiempo, ha debilitado a Europa. Actualmente, continúa habiendo una occidentalización del mundo, que es, en gran medida, una europeización. G. Lipovetsky en “El occidente globalizado” (2010) dice: “Miremos donde miremos modernizarse es todavía, en cierto modo, occidentalizarse, es decir, transformarse…de acuerdo con núcleos fundamentales de la cultura-mundo que proceden de Europa”.
Secularización
La secularización es el proceso de la racionalización, de la difusión de visiones inmanentes e intramundanas, de la desaparición de lo sagrado. Max Weber hablaba del “desencantamiento del mundo”. Investigaciones realizadas en la Encuesta Mundial de Valores por los profesores Inglehart y Welzel han puesto de manifiesto una pauta global. A medida que las sociedades pasan de agrarias a industriales, y de industriales a post industriales, esas creencias o prácticas descienden de modo marcado en todas partes. En el caso de Europa el hundimiento ha sido muy rápido en apenas 80 años se pasa de una práctica religiosa del 60/70% al 20% de la población. Sin embargo, es cierto que hay excepciones: determinados países islámicos, quizás Estados Unidos y Rusia.
Para Emilio Lamo de Espinosa, el desplazamiento de la fe por la ciencia es positivo porque contribuye a generar procedimientos para resolver conflictos, es decir, “es más fácil discutir con argumentos racionales y empíricos que en el campo de las creencias religiosas”, donde hay siempre un posible elemento fundamentalista y si no lo tiene es porque, en Europa por lo menos, se ha separado lo que es del César de lo que es de Dios, lo sagrado de lo profano. La presencia de los argumentos religiosos ya no es relevante y no se utilizan. Esto facilita la tolerancia.
El lado negativo de esta secularización es que hemos caído en lo que Habermas llamaba cientifismo, la consideración de que las únicas verdades son aquellas avaladas por la ciencia. Eso significa que la sabiduría que hemos recibido, frecuentemente incorporada en concepciones del mundo religiosas, la que nos enseña cómo comportarnos, es menospreciada. La ciencia ha progresado, pero la sabiduría no, y la que hemos recibido, heredada de las grandes religiones, la cancelamos porque no tiene aval científico. Podemos hacer muchas cosas, la tecnociencia nos lo permite, pero no sabemos bien como utilizar ese inmenso poder, no sabemos qué nos lleva a la buena vida. Es una de las grandes paradojas de la vida: que no sabemos qué hacer con lo que sabemos.
Modas trasnacionales
La palabra moda implica algo novedoso, pero con vocación de difundirse y llegar a ser masivo. La innovación que se hace moda acaba vulgarizándose cuando comienza a ser conocida y la siguen un gran número de personas. Pasa de ser algo que singulariza a banalizarse. El objetivo de la moda es diferenciar, pero poco a poco se va difundiendo y poco a poco lo que hace es masificar. En sociedades de innovación perpetua como la occidental, la ciencia es la máquina de la innovación. Los científicos inventan el futuro y los ciudadanos se ajustan a ese proceso. La tensión entre la innovación y la tradición es una de las características de la sociedad occidental. La modernidad vive en el cambio.
Las guerras culturales
Una sociedad que vive en la tensión entre tradición e innovación implica que las guerras culturales son concomitantes con Europa. El orden se sustenta en el cambio constante y cuando es así ocurre algo curioso: los hombres de orden se apuntan al orden y, por lo tanto, se apuntan al cambio, mientras que los rebeldes al orden se resisten al mismo, quizás sin darse cuenta de que así se resisten al cambio. Los nuevos conservadores son los progresistas de antaño y al contrario, donde más se habla de innovar, de cambiar, de progresar, avanzar y renovar es en las reuniones de científicos, empresarios o de técnicos. En este contexto contradictorio, el discurso político y social se desarraiga de la realidad: “no hay hechos, sólo interpretaciones” concluye Lamo de Espinosa.
Debate
En el debate que se abre a continuación, varios expertos se refieren a la pérdida de peso relativa de Europa y a las amenazas que supone esta relativa debilidad. ¿Puede Europa seguir liderando la cultura cuando pierde fuerza económica? Ampliando la visión geográfica, ¿cómo se sitúa en este contexto la América de lenguas latinas – hecho que para Lamo de Espinosa justifica que se la siga llamando Latinoamérica - una original fusión de culturas que recíprocamente también han transformado Europa? Y ¿no hay un cierto etnocentrismo en considerar el cristianismo como europeo? Desde la perspectiva cristiana – se recuerda la visión de los fundadores de la integración europea o la del Papa Pablo VI – Europa necesita cultivar una tradición de apertura, lejos de cualquier autocentralidad. Para algún interviniente, en esta revisión de la acción cultural europea ha faltado una referencia al fenómeno crucial del colonialismo, que sin duda ha aportado mucho a los pueblos colonizados, pero probablemente se ha llevado más mediante destrucciones y exportaciones: en este sentido, la crisis cultural actual no es sólo por debilidad relativa o por cansancio; es más bien porque la realidad europea no ha estado a la altura de sus propios principios. La secularización, como subrayan algunos intervinientes, hunde sus raíces en el propio mensaje evangélico, desarrollado en el pensamiento cristiano de las “dos ciudades”. En cuanto a las “guerras culturales”, alguien pregunta si el término en sí mismo no es ya portador de una opción ideológica. Varias intervenciones desarrollan los temas expuestos, que se traducen en un empobrecimiento y una homogeneización culturales, lo que conlleva una pérdida de pensamiento crítico y tiene que ver con las crisis emotivas graves que, de manera creciente, afectan a la salud mental de muchos jóvenes. Otro fenómeno, probablemente vinculado con la pérdida de referencias objetivas y la “cosificación” de todas las realidades, es el de la extrema proliferación de regulaciones, algo en lo que las instituciones europeas son especialmente productivas.
En su respuesta, Jesús Conill anima a una revitalización de la reflexión sobre la noción de verdad. El pensamiento crítico reconoce que a menudo los problemas pueden tener varias soluciones, como ocurre en matemáticas. Una noción de verdad no dicotómica no supone necesariamente una posición relativista. Por ejemplo, cuando se habla de la economía, no se trata de una realidad homogénea o cerrada. En cuanto a la “occidentalización”, en su opinión no puede funcionar si no se acompaña de un régimen de libertades, lo que pone un gran signo de interrogación respecto del futuro de China. Nietzsche ya denunciaba el fracaso de unos valores en los que no creemos de verdad. Hay en nuestro mundo un riesgo de desvitalización de la cultura: la política y la tecnología generan valores que llenan el vacío dejado por el declive de las herencias culturales; pero no es un buen camino, porque la tecnología no propone finalidades.
Emilio Lamo de Espinosa, por su lado, recuerda que la integración europea nace de varias guerras civiles europeas, dependiente de Estados Unidos, sin autonomía en su defensa ni en los recursos energéticos. Europa pierde peso en población también. Es cierto que “Europa puede morir”. Sin embargo, la gente sigue “votando con los pies”: quieren emigrar a Europa (o a Estados Unidos). Los últimos acontecimientos dan a pensar que Europa puede “ponerse las pilas”, ocuparse seriamente de terminar la construcción iniciada. Y en cuanto a la influencia cultural europea, no se puede olvidar un hecho: Roma creció, pero fue Grecia la que impuso su cultura.
Listado de asistentes en la sesión del 9 de mayo de 2024
- Francisco Aldecoa Luzárraga, Catedrático de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid
- José Ramón Amor Pan. Director del Área Académica, Fundación Pablo VI
- Jesús Avezuela Cárcel, director general de la Fundación Pablo VI
- Belén Becerril Atienza, profesora titular de Derecho de la Unión Europea. Universidad CEU San Pablo
- Jesús Conill, Universidad de Valencia
- Agustín Blanco Martín, director de la Cátedra J.M. Martín Patino de la Cultura del Encuentro, Universidad Pontificia Comillas
- José Luis Calvo. Cofundador, Diverger
- Esther de la Torre Gordaliza. Global Sustainability Area- Inclusive Growth, BBVA
- Jorge Díaz Lanchas, profesor asistente de Economía, ICADE/ Universidad Pontificia Comillas
- Rafael Doménech. Head of Economic Analysis, BBVA Research
- Raúl González Fabre. Ingeniero y filósofo, Universidad Pontificia Comillas
- Emilio Lamo de Espinosa, Catedrático Emérito de Sociología, Real Academia de CC. Morales y Políticas
- Sara Lumbreras Sancho. Profesora Propia Adjunta - Profesora titular, U. Pontificia Comillas
- Alfredo Marcos Martínez, catedrático de Filosofía de la Ciencia, Universidad de Valladolid
- Victoria Martín de la Torre. Parlamento Europeo
- Miguel Ángel Martínez López. Ingeniero de Telecomunicación y escritor. Director de innovación en YBVR
- Javier Prades López. Rector, Universidad San Dámaso
- Emilio Sáenz-Francés. Director del departamento de Relaciones Internaciones, Universidad Pontificia Comillas
- Gloria Sánchez Soriano. Vicepresidente - Relaciones Institucionales y Políticas Públicas, Grupo Santander. En secondment en el Institute of International Finance
- Domingo Sugranyes Bickel, director del seminario de ética socioeconómica, Fundación Pablo VI
- Fabián Torres Suárez. Decano, Colegio Oficial de Ingenieros Industriales de Madrid