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Audiencia del Santo Padre a los miembros de la Fundación “Centesimus Annus Pro Pontifice”

Queridos hermanos y hermanas,

¡Bienvenidos! Agradezco al Presidente y a los miembros de la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice y saludo a todos los que participáis en la Conferencia Internacional anual y en la Asamblea General.

El tema de vuestra Conferencia de este año –“Superar las polarizaciones y reconstruir la gobernanza global: los fundamentos éticos”– llega al corazón del significado y del papel de la Doctrina Social de la Iglesia, instrumento de paz y de diálogo para construir puentes de fraternidad universal. Especialmente en este tiempo de Pascua, reconocemos que el Resucitado nos precede incluso allí donde parece que la injusticia y la muerte han triunfado. Ayudémonos unos a otros, como exhorté la noche de mi elección, «a construir puentes, con el diálogo, con los encuentros, uniéndonos a todos para ser un solo pueblo siempre en paz». Esto no se puede improvisar: es un entrelazamiento dinámico y continuo de gracia y libertad que también ahora, al encontrarnos, fortalecemos.

Ya el Papa León XIII –que vivió en un período histórico de transformaciones trascendentales y disruptivas– se había propuesto contribuir a la paz estimulando el diálogo social, entre el capital y el trabajo, entre las tecnologías y la inteligencia humana, entre las diferentes culturas políticas, entre las naciones. El Papa Francisco utilizó el término “policrisis” para evocar el dramatismo de la situación histórica que vivimos, en la que confluyen guerras, cambios climáticos, crecientes desigualdades, migraciones forzadas y contrapuestas, pobreza estigmatizada, innovaciones tecnológicas disruptivas, precariedad del trabajo y de los derechos[1]. En cuestiones tan importantes, la Doctrina Social de la Iglesia está llamada a aportar claves interpretativas que pongan en diálogo ciencia y conciencia, dando así una contribución fundamental al conocimiento, a la esperanza y a la paz.

De hecho, la Doctrina Social nos enseña a reconocer que más importante que los problemas, o las respuestas a ellos, es el modo en que los afrontamos, con criterios de evaluación y principios éticos y con apertura a la gracia de Dios.

Tenéis la oportunidad de mostrar que la Doctrina Social de la Iglesia, con su propia mirada antropológica, pretende promover un verdadero acceso a las cuestiones sociales: no quiere levantar la bandera de la posesión de la verdad, ni en lo que respecta al análisis de los problemas, ni en su resolución. En estos asuntos es más importante saber cómo abordarlos que dar una respuesta apresurada sobre por qué ocurrió algo o cómo superarlo. El objetivo es aprender a afrontar los problemas, que siempre son diferentes, porque cada generación es nueva, con nuevos retos, nuevos sueños, nuevos interrogantes.

Aquí tenemos un aspecto fundamental para la construcción de la “cultura del encuentro” a través del diálogo y la amistad social. Para la sensibilidad de muchos de nuestros contemporáneos, la palabra “diálogo” y la palabra “doctrina” suenan opuestas e incompatibles. Quizás cuando escuchamos la palabra “doctrina” nos viene a la mente la definición clásica: un conjunto de ideas propias de una religión. Y con esta definición nos sentimos menos libres para reflexionar, para cuestionar o para buscar nuevas alternativas.

Es urgente, pues, demostrar a través de la Doctrina Social de la Iglesia que hay otro significado, prometedor, de la expresión “doctrina”, sin el cual incluso el diálogo resulta vacío. Sus sinónimos pueden ser “ciencia”, “disciplina” o “conocimiento”. Así entendida, toda doctrina se reconoce como fruto de investigaciones y por tanto de hipótesis, de rumores, de avances y de fracasos, a través de los cuales se busca transmitir un conocimiento fiable, ordenado y sistemático sobre una cuestión específica. De este modo, una doctrina no equivale a una opinión, sino a un camino común, coral e incluso multidisciplinar hacia la verdad.

El adoctrinamiento es inmoral, impide el juicio crítico, ataca la sagrada libertad de respetar la propia conciencia –aunque sea errónea– y se cierra a nuevas reflexiones porque rechaza el movimiento, el cambio o la evolución de las ideas ante nuevos problemas. Por el contrario, la doctrina, como reflexión seria, serena y rigurosa, pretende enseñarnos, ante todo, a saber acercarnos a las situaciones y, antes aún, a las personas. Además, nos ayuda a formular un juicio prudencial. Seriedad, rigor y serenidad es lo que debemos aprender de toda doctrina, incluida la Doctrina Social.

En el contexto de la revolución digital en curso, es necesario redescubrir, explicitar y cultivar el mandato de educar en el sentido crítico, contrarrestando las tentaciones opuestas, que pueden atravesar también el cuerpo eclesial. A nuestro alrededor hay poco diálogo y prevalecen las palabras gritadas, a menudo las noticias falsas y las tesis irracionales de unos pocos matones. Por eso, la profundización y el estudio son fundamentales, como lo son el encuentro y la escucha de los pobres, tesoro de la Iglesia y de la humanidad, portadores de puntos de vista descartados, pero indispensables para ver el mundo con los ojos de Dios. Aquellos que nacen y crecen lejos de los centros de poder no deben ser simplemente instruidos en la Doctrina Social de la Iglesia, sino reconocidos como sus continuadores y actualizadores: los testigos del compromiso social, los movimientos populares y las diversas organizaciones obreras católicas son expresión de las periferias existenciales en las que la esperanza resiste y siempre brota. Yo recomiendo que le deis la palabra a los pobres.

Queridos amigos, como afirma el Concilio Vaticano II, «es deber permanente de la Iglesia escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, para poder responder, de modo adecuado a cada generación, a los interrogantes perennes que los hombres se plantean sobre el sentido de la vida presente y de la futura y sobre la relación entre ambas» (Const. past. Gaudium et spes, 4).

Os invito, pues, a participar activa y creativamente en este ejercicio de discernimiento, contribuyendo a elaborar la Doctrina Social de la Iglesia junto al Pueblo de Dios, en este período histórico de grandes convulsiones sociales, escuchando y dialogando con todos. Hoy existe una amplia necesidad de justicia, una exigencia de paternidad y maternidad, un profundo deseo de espiritualidad, especialmente entre los jóvenes y los marginados, que no siempre encuentran canales eficaces para expresarse. Existe una demanda creciente de la Doctrina Social de la Iglesia a la que debemos responder.

Os agradezco vuestro compromiso y vuestras oraciones por mi ministerio y os bendigo a todos, a vuestras familias y a vuestro trabajo. ¡Gracias!

 

 

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[1] Mensaje a los participantes en la Asamblea general de la Pontificia Academia para la Vida, 3 de marzo de 2025.




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