Mons. Luis Argüello: “la polarización no viene del cielo, es una estrategia”
Salvador Illa: la defensa de la diferencia no puede hacerse rebasando ciertas líneas, negar la existencia del otro y haciendo intentos de deshumanizarle
El presidente de la Conferencia Episcopal y el presidente de la Generalitat defendieron también el derecho de la religión a participar en la vida pública
En un tiempo en el que el que los espacios de conversación pública y sosegada se limitan, este miércoles, 17 de septiembre, el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Luis Argüello; y el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, han dado cuenta de cómo el diálogo y el encuentro son posibles como base fundamental de la convivencia. Así lo entendieron José María Martín Patino y el cardenal Tarancón en los años difíciles de la Transición española, de la que ambos fueron artífices desde dentro de la Iglesia. Y ha sido, precisamente, en el marco del centenario del nacimiento del este sacerdote jesuita, en el que se ha celebrado este acto de encuentro entre el mayor representante de la Conferencia Episcopal Española y el presidente de la Generalitat, figura clave en la vida política española en el momento actual.
La conversación entre ambos, de una hora de duración, moderada por el director general de la Fundación Pablo VI, Jesús Avezuela, se articuló en torno a 7 cuestiones fundamentales: las condiciones positivas o negativas para el diálogo; la crisis de valores; la interrelación entre política y religión; la polarización; la integración de la migración; la solidaridad interterritorial y el papel de los católicos en la vida pública. 60 minutos en los que, tras el político y el obispo, había dos filósofos manejando con maestría la argumentación y la defensa de sus postulados sin quedarse en la superficie.
Antes, el rector de la Universidad Pontificia Comillas, Antonio Allende SJ, hizo un alegato a favor del diálogo entre la sociedad y la Iglesia, seña de identidad también de la Fundación Pablo VI y de la Cátedra que, en la universidad de los jesuitas, lleva el nombre de Martín Patino. Un diálogo que, como recoge el número 76 de la Constitución conciliar Gaudium et Spes, debe hacerse desde la autonomía, desde la vocación compartida de ponerse al servicio de las personas y desde la sana cooperación. En este sentido, este encuentro, inspirado en aquel mandato conciliar, supone “en estos tiempos de polarización”, en palabras de Antonio Allende, “una puerta a la esperanza”.
Pero ese diálogo, ¿puede ser en cualquier circunstancia?, lanzó el moderador, para comenzar a repartir juego. El presidente de la Generalitat cogió tomó la palabra para defender no solo la conveniencia sino también la necesidad. Y eso implica "reconocer a la otra persona", siempre que se tenga "capacidad de escuchar, ponerse en el lugar del otro, e intentar entender sus razones". Un diálogo que "a veces concluye sin acuerdos, pero siempre es enriquecedor"; y que a pesar de lo que se puede pensar, no es símbolo de debilidad, sino todo lo contrario. Coincidió en ello el presidente de la CEE, quien instó a superar esa “dialéctica de los contrarios” en la que estamos sumidos, haciendo un elogio de la razón frente a la emoción, abordando el desacuerdo desde el acuerdo y evitando demonizar al otro. “Vivimos una época en la que la emoción manda mucho y en la que se demoniza a aquel con quien quiero dialogar”, dijo el arzobispo de Valladolid. Y eso lleva a una de las palabras más nombradas en los últimos tiempos, la “polarización”; que no cae como la lluvia del cielo, de manera inesperada”, sino que responde a una “estrategia” en la que parece que hubiera obligación de decidir en qué lugar se coloca cada uno. En este punto, recordó su coincidencia en ese mismo auditorio, hacía tan solo unos meses, con Santiago Abascal. Un hecho que fue criticado desde algunos ámbitos y medios que le trataron de colocaron en un lado del espectro ideológico. “Hoy me he hecho una foto con Salvador Illa y hace unos meses, en este mismo lugar, con Santiago Abascal, y no me avergüenzo de ninguna de las dos. Aunque los medios de un lado y del otro aprovechen para decir que ha resurgido el rojo de los años 70 o el facha del siglo XXI”.
El presidente de la Generalitat, por su parte, defendió, sin citar expresamente su nombre, su reciente encuentro con Carles Puigdemont en Bruselas. Un político que, dijo, “piensa muy distinto de lo que yo pienso y con el que va a ser muy difícil que lleguemos a algunos acuerdos. Pero ¿cómo le puedo pedir yo a los ciudadanos de Cataluña que convivan pensando de forma distinta si yo no soy capaz de reunirme con un líder que representa al segundo grupo parlamentario del Parlamento de Cataluña? ¿Qué ejemplo doy? Si yo me siento, hablo y razono, creo que “mando el mensaje de que pensamos distinto, pero convivimos en la misma sociedad”. Esto no lo interpreta Salvador Illa como una forma de o “al menos lo hago con un propósito completamente distinto”, dijo.
En sintonía con el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Salvador Illa habló también de una estrategia organizada de polarización para deslegitimar las instituciones que son de todos, y apuntó como causa a las redes sociales, entre otras. ¿Reconducible?, les preguntó el moderador. Ambos coincidieron en que no, pero tiene que hacerse desde una responsabilidad compartida: desde los medios de comunicación, la política, la propia ciudadanía… y también desde la Iglesia, como reconoció el representante de los obispos españoles. “No puedo decir que la Iglesia sea una Arcadia feliz. Pero igual que experimentamos el contagio, los católicos debemos hacer el esfuerzo de vivirlo como una misión”, lo que no significa que haya que buscar el término medio ni renunciar a la diversidad de visiones diferentes de la vida. Para eso, prefirió utilizar el término “polaridad”.
También Illa reivindicó la riqueza de ese término, porque “lo contrario es mucho peor, que son sociedades homogéneas, uniformes y enfermas”. Pero, matizó que esa defensa de la diferencia, no puede hacerse “rebasando ciertas líneas, negando la existencia del otro, o haciendo intentos de deshumanizarle”. En democracia y en política es necesario también entender “que las cosas cambian, que las circunstancias evolucionan y que, al final, en los sistemas políticos que nos hemos dado son los ciudadanos los que acaban diciendo por dónde tienen que ir y qué es lo más indicado para regir las instituciones”.
Religión en la vida pública
En este punto, la pregunta que surgió a continuación llevó a reflexionar sobre la interrelación entre la religión y política. ¿Puede la Iglesia hacer manifestaciones sobre cuestiones políticas, religiosas y sociales sin que la acusen de posicionarse? ¿Puede la política hacer uso de la religión sin que la miren con recelo?, fueron algunas de las cuestiones. Partiendo de la visión de Alexis de Tocqueville sobre la democracia, que el pensador francés define como “un sistema muy exigente que reclama ciudadanos virtuosos”, el arzobispo de Valladolid habló del concepto de pueblo con conciencia dispuesto a ejercer con virtud la caridad política, como uno de los activos fundamentals que pueden ofrecer las religiones. Ese “demos” puesto en relación con el “Kratos”, que es el ejercicio del poder, lleva a un respeto por las reglas del juego, por el estado de Derecho, el principio de legalidad, el principio de subsidiaridad. Hoy, en un contexto de relativismo moral hace falta un humus. Y es ahí donde las grandes tradiciones religiosas, “son una fuente para constituir lo que la democracia no tiene capacidad de darse a sí misma, desde la relación con el poder del Estado y no desde la privacidad de la sacristía”.
Illa coincidió al afirmar que la religión “tiene derecho a participar en la vida pública”. Y reconoció su contribución positiva a este espacio público y “desde la laicidad del estado”, en la misión de ayudar a ser buenos ciudadanos. Pero también el estado tiene que asumir un papel “y yo creo que es correcto que lo asuma” de creación de ese agora común desde la propia educación, sin que eso suponga “negar ningún papel a nadie” lo que exige una responsabilidad para quien detenta el poder, ya sea un alcalde, un diputado, o un presidente. Pero también un riesgo, advirtió, por su parte, Mons. Luis Argüello: “hay quien, tras ganar unas elecciones con mayoría, actúa como si eso le legitimara para imponer una dictadura de la mayoría”. Y esto, en tiempos de emotividad, de globalización y de inteligencia artificial pone en riesgo incluso la misma esencia de la democracia.
Solidaridad e identidad nacional, ¿compatibles?
Las últimas cuestiones del coloquio se centraron en el desafío de las migraciones; y cómo hacer compatible el discurso de la solidaridad con el migrante con el de la identidad nacional. El presidente de la Conferencia Episcopal recordó cómo, desde la Doctrina Social de la Iglesia, los católicos se mueven en este ámbito en dos polaridades, el bien común y la dignidad humana. “El bien común nos dice que nuestras sociedades han de regular los flujos demográficos”, y también defender la dignidad humana de quienes se ven obligados a emigrar. Eso, completó, por su parte, Illa, “no solo no pone en riesgo nuestra identidad, sino que la enriquece”, pero requiere el esfuerzo de todos de acoger e integrar, lo que no es incompatible, desde su punto de vista, con la identidad nacional.
Para terminar, el presidente de la Generalitat defendió su visión de la solidaridad territorial, que entiende desde una prosperidad compartida y una identidad inclusiva. Dos conceptos que el presidente de la Conferencia Episcopal quiso completar con el de “patria”, tan demonizada en algunos ámbitos. Recordando las palabras que el Papa dirigió a Pedro Sánchez en su primera visita al Vaticano, Argüello habló de que “edificar la nación” es también la gran responsabilidad del político.
Más allá de la reflexión, este acto ha sido una muestra palpable de que esa conversación pública a la que ambos apelaron y que tanto se echa en falta puede ser una realidad si hay disposición a la escucha y si se reconoce la humanidad en el otro. Así lo concebía Martín Patino que, a buen seguro, tendría hoy el orgullo de ver que su gran pasión sigue siendo posible.