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Constantes, vigencias y alternativas de futuro en el quehacer social del cardenal Herrera

En la segunda década del siglo XXI, y ante esa "fuerza irresistible que ha llegado a dominar la vida, las esperanzas y los miedos de todos los individuos: la “globalización" (R. Dahrendorf), siguen vigentes en la Fundación Pablo VI, que ha heredado y continúa apostando, bajo los mismos impulsos y en busca de similares objetivos, por el espíritu de atención y servicio a la sociedad y el interés en responder positivamente, desde la "reflexión" y desde los "proyectos", a la persistente llamada a la "acción" que caracterizó, a lo largo de su jugosa vida, al cardenal Ángel Herrera.

La "acción" hoy es, por supuesto, más compleja, más plural y poliédrica, y más rica en matices, en proyectos y en posibilidades; y la "nueva sociedad" viene exigiendo e impulsando - como señalaba San Juan Pablo II a los miembros de la Fundación Vaticana Centesimus Annus-Pro Pontífice, al interesarse por los "procesos de globalización de los mercados y de las comunicaciones"- "un fuerte sentido de lo absoluto y de la dignidad de todas las personas, el principio de que los bienes de la tierra son destinados a todos, un sentido de la justicia global, una toma de conciencia de la interdependencia estructural de las relaciones entre los hombres más allá de las fronteras nacionales, el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo "signado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas".

El "déficit" social del crecimiento económico actual necesita, y con prisas, pistas de solución, de prevención y de provisión idóneas, que aquí deberían ser estudiadas y expuestas y no sólo desde el punto de vista ético, sino también filosófico, económico y social.

El gran debate con que acaba el siglo - señalaba R. Daharendorf, al referirse al siglo XXI - se resume en "los valores morales y su papel en los negocios, la política y la vida cotidiana"; y acababa considerando los "tres factores que han surgido respecto al modo de enfocar el mundo: La vuelta a la "utopía", una de las mayores víctimas del siglo XX; la "nueva moralidad" para las generaciones futuras que acuden al "principio de responsabilidad" para responder a la "sociedad en peligro" en que vivimos; y la réplica a las baldías fórmulas de relativismo, fundamentalismo y puritanismo que parecen imponerse. La riqueza, la libertad y la solidaridad, actuando de consuno, podrán conseguir o al menos aproximarse progresivamente a unos mundos cuya identidad responda a la integración de "prosperidad" y "cohesión social".

Las líneas de la democracia cristiana

Son precisamente éstos los principios y los objetivos permanentes, desde el nacimiento del Instituto Social León XIII, en perfecta correlación con el pensamiento y la trayectoria que León XIII pretendió conseguir. Las ideas permanecen actuales y válidas; los medios están igualmente en escena; y lo que ha de hacer viable el logro de objetivos, siempre renovables al hilo del proceso social, será la “imaginación” y la “generosidad” de las personas, junto a los nuevos "modelos" organizativos a aplicar.

Se estructura entonces, bajo la mirada, y mediante la colaboración directa de obispo de Málaga, un cuerpo doctrinal, una "doctrina política de la democracia cristiana", deducible de su adecuación a las encíclicas pontificias y a sus principios programáticos, que cabría resumir o sintetizar, conforme al más estricto seguimiento de los documentos papales, en los siguientes:

  1. La concepción cristiana de la vida pública, y la constitución cristiana de los Estados (Inmortale Dei, Diuturnum Illud).
  1. Los fundamentos del orden social y político son, al mismo tiempo, jurídicos, morales y religiosos, dada la esencial e inexcusable fuerza de la religión para vincular a los hombres, formar la sociedad civil, sustentar la autoridad y asegurar la paz social y el bienestar público (Divini Redemptoris, Quas Primas).
  1. La sociedad civil, comunidad que se identifica con la colectividad humana, encierra en su seno un conjunto de sociedades, el Estado entre ellas. El bien común, principio creador de la sociedad y elemento de conservación de la misma, se erige en la primera y última ley de toda sociedad (Diuturnum Illud, Inmortale Dei, Divini Redemptoris).
  1. El Estado, en cuanto sociedad jurídicamente organizada bajo una autoridad soberana, es necesario, al igual que la familia y la Iglesia, al servicio de la persona, y como medio, que no fin, de favorecer, ayudar y promover la cooperación de todos en orden al bien común (Inmortale Dei, Divini Illius Magistri, In hac quidem).
  1. La sociedad familiar, instituida por Dios para la procreación y educación de los hijos, goza de "prioridad de naturaleza" y primacía de derechos respecto al Estado (Divini Illius Magistri, Quod apostolici muneris, Divini Redemptoris).
  1. La Iglesia y el Estado, sociedades perfectas, soberanas y distintas, coexisten, de forma similar a la unión del alma y el cuerpo. Será menester que exista una positiva colaboración mutua, una relación de armonía y una estrecha concordia (Cum multa, Nobilisima gallorum gens, Inscrutabili Dei, Inmortale Dei).
  1. La libertad y la igualdad deberán gestarse y desarrollarse conforme a la recta razón y con arreglo a la ley. El Estado, custodio de la libertad, tiene que proteger la verdadera y reprimir la falsa; y debe mantener el principio sagrado de la igualdad de los hombres por naturaleza, y la paridad jurídica de los ciudadanos ante la ley (Libertas, Inmortale Dei, Quod apostolici muneris).
  1. El hombre y el Estado se hallan mutuamente ordenados entre sí por Dios. Si el primero es origen y fin de la vida pública, al segundo corresponde administrar los asuntos públicos, proteger los derechos personales y las libertades cívicas y evitar cualquier intento o abuso de estatismo, contrario a estos derechos y libertades (Quod apostolici muneris, Divini Redemptoris, Summi Pontificatus, Con Sempre (Mensaje de Navidad de 1942).
  1. Todo poder legítimo proviene de Dios; y, cualquiera que sea la forma de gobierno y el sistema político derivados de la voluntad de los hombres, la autoridad y el poder se ejercen al servicio del bien público, y exigen sumisión, acatamiento y obediencia (Inmortale Dei, Diuturnum Illud, Dilectisima Nobis).
  1. La Iglesia aprueba toda forma de gobierno que deje a salvo la religión y la moral. Todas son moralmente válidas si tienden al bien común, son aptas para utilidad de los ciudadanos que tienen derecho al voto y a manifestar su opinión, y aseguran la prosperidad pública (Diuturnum, Grazie (M. de Navidad de 1940), Sapientiae Christianae).

José Sánchez Jiménez
Doctor en Historia UCM

           




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