El 23 de octubre de 2025 se celebró en la Universidad Pontificia Comillas una jornada pionera en la que se reflexionó y reivindicó la atención a la dimensión espiritual de las personas con discapacidad intelectual. Y es que la espiritualidad es una dimensión esencial del ser humano. Va más allá de la religión: es la búsqueda de sentido, la conexión con uno mismo, con los demás y con lo trascendente. Es un espacio interior donde florecen valores como el amor, la esperanza, la gratitud y la compasión. Por eso, la espiritualidad no es un lujo ni una opción reservada a unos pocos, sino un derecho fundamental que debe ser reconocido y garantizado para todas las personas, incluidas aquellas con discapacidad intelectual.
Más de 150 personas participaron en esta iniciativa organizada e impulsada por Casa Santa Teresa, Fundación Astier Centro San José, Fundación Gil Gayarre y el Instituto Universitario de la Familia de la Universidad Pontificia Comillas, y que contó con la colaboración de Plena Inclusión Madrid. La inauguración corrió a cargo del rector de la Universidad, el P. Antonio Allende SJ, de la directora del Secretariado de evangelización de la Conferencia Episcopal Española, María Granados y del presidente de Plena Inclusión Madrid, Tomás Sancho. Todos ellos señalaron la relevancia y pertinencia de abordar este tema, a fin de que todas las personas puedan vivir en plenitud.

La Jornada nació con el propósito de visibilizar, reflexionar, escuchar y poner en el centro a las personas con discapacidad intelectual en el reconocimiento de su derecho a vivir y desarrollar la espiritualidad. Un derecho que tantas veces se ignora, ya que, como indicó la profesora de la Universidad Pontificia Comillas, Ana Berástegui, se ha primado la atención a otras necesidades situadas en la parte inferior de la pirámide de Maslow. Sin embargo, lo que se propone es ir más allá de esta jerarquización y situar como una necesidad transversal a la espiritualidad.
Según Martín Velasco (2013), podríamos definir la espiritualidad como: «La forma de vida de personas que basan la comprensión y la realización de sí mismas en una opción fundamental por valores o realidades de alguna manera trascendentes, capaces de dar sentido a sus vidas». Ésta es una dimensión universal e inherente a toda persona que le ayuda a vivir una vida con sentido, que fuente de resiliencia y permite afrontar las preguntas existenciales. En el marco de la religión católica, según el Catecismo, espíritu significa que el hombre está ordenado desde su creación a un fin sobrenatural, y que su alma es capaz de ser sobreelevada gratuitamente a la comunión con Dios. Por tanto, la persona con discapacidad intelectual, en tanto persona humana, también tiene esta dimensión y está en su derecho de desarrollarla y cuidarla, para vivir espiritualmente, siendo también su alma capaz de ser sobreelevada, entrando en relación con el Misterio. El reconocimiento de la espiritualidad empuja a una atención integral de la persona y al respeto de su dignidad originaria.
La clave relacional se subrayó como un aspecto fundamental del desarrollo y vivencia de la espiritualidad. En esta línea, Ana Berástegui expuso que cada persona tiene su propio lenguaje para relacionarse, para comunicarse tanto con los demás como con Dios o esos fines últimos trascendentes. Por consiguiente, hemos de ser capaces de saber reconocer cómo también las personas con discapacidad intelectual tienen, al igual que el resto, sus formas y lenguajes con los que se comunican con el Misterio.
Desde esta perspectiva, a cargo de la religiosa guaneliana Michela Carrozzino, profesora universitaria emérita y actual directora del centro ocupacional y residencial Casa Santa Maria della Provvidenza (Roma), en el que viven más de 150 personas con discapacidad, se abordó el acompañamiento espiritual. A partir de la propuesta pedagógica de san Luis Guanella (1842-1915), hizo énfasis en ciertos aspectos que han de ser tenidos en cuenta en aras de una auténtica atención al derecho a la espiritualidad de todas las personas. En primer lugar, no es la persona con discapacidad intelectual la que ha de adaptarse a la relación del acompañamiento, sino que la relación ha de ensancharse para ser capaz de acoger a la otra persona con sus propias formas de comunicación y tiempos. Desde esta lógica, hemos también de aprender a ir más allá de la inclusión. El otro, tenga discapacidad intelectual o no, es parte de la misma familia humana. La persona con discapacidad no es alguien a quien nosotros incluyamos, sino que es una persona con la que ampliar nuestra relación, aprender a compartir la espiritualidad y caminar juntos, aprendiendo mutuamente los unos de los otros. Igualmente, se instó, en continuidad con lo expuesto por la profesora Berástegui, a aprender a reconocer la capacidad que tienen las personas con discapacidad de vivir espiritualmente y de cómo éstas, cada una con su lenguaje, se relacionan con Dios. Por último, se indicaron una serie de cuestiones de carácter didáctico que pueden ayudar a favorecer esta dinámica de acompañamiento.
Uno de los objetivos de la jornada era compartir buenas prácticas y experiencias. Por ello, Jorge Úbeda, de Fe y Luz, expuso cómo se ha trabajado la adaptación de la práctica de los Ejercicios Espirituales, a las personas con discapacidad. Por otro lado, Fernando Javier Alfonso, de Ciudad San Juan de Dios, explicó la propuesta que hacen de acompañamiento con las familias. En el caso de Mireya Gómez, directora técnica de la Fundación Gil Gayarre, narró, desde su dilatada experiencia profesional, la importancia de tener presente la dimensión espiritual en el acompañamiento ante el final de la vida.
A nivel más catequético y didáctico sor Elisete Elegeda, religiosa guaneliana y responsable de Pastoral de Casa Santa Teresa, contó cómo GodlyPlay, que se inspira en los principios pedagógicos de Montessori, permite que todas las personas puedan ahondar en su espiritualidad. En esta misma línea, se presentó, por parte de Tamar Arenas, el trabajo que se está haciendo desde la Sociedad bíblica para hacer accesible la Palabra de Dios a todos, a través de la lectura fácil. Finalmente, Isabel Cano y José Luis Montejo compartieron la riqueza e importancia de que las parroquias favorezcan espacios en los que todos puedan vivir la fe en comunidad, para lo que nos contaron su experiencia vital.
La Jornada concluyó con unas canciones cantadas por el grupo Hakuna, pero antes los asistentes pudieron participar en una danza contemplativa guiada por personas con discapacidad intelectual de Casa Santa Teresa, así como escuchar tres testimonios. A través de éstos, personas con discapacidad intelectual y familiares dieron cuenta de lo que para ellos es la espiritualidad, de cómo no se trata de un privilegio para unos pocos, sino de un derecho de todos.
Elisa María Pérez Avellán
Profesora Colaboradora Asociada
Facultad Ciencias Humanas y Sociales
UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS









 
						 
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