Es evidente que el COVID 19 llegó a principios de 2020 a nuestras vidas para poner a prueba muchas de las cosas conocidas. Entre otras, y haciendo generalidades, nos hizo ver que la mitad de los trabajos puede hacerse desde casa sin necesidad de ir a una oficina y que la otra mitad es tan fundamental y necesaria que debería estar mucho mejor remunerado de lo que está.
Además, puso a prueba liderazgos políticos, sociales, religiosos, científicos, etc. Todas aquellas personas con algún grado de reconocimiento en sus comunidades se vieron interpeladas a dar respuestas a los innumerables interrogantes que planteaba esta pandemia, y que, sin duda, a más de uno o una dejaba sin palabras. Esas personas, que estuvieron presentes, que dieron la batalla, si aún no lo eran, se convirtieron en referentes por su capacidad de construir comunidad durante este tiempo, por su trabajo orientado siempre a pensar en colectivo más allá de lo individual.
Al virus no tan conocido, con un tratamiento y efectos desconocidos, se le sumaron medidas sanitarias en todos los países del mundo que implicaron aislamientos y/o distanciamientos que iban en contra de cómo desarrollábamos nuestras actividades cotidianas hasta el momento. Esas medidas repercutieron en todos los sentidos de la vida: profundizaron la brecha entre quienes más ganan y quienes menos; pusieron en disputa el “sálvese quien pueda” con “la salida es colectiva”; y, visibilizaron una grieta entre quienes decían priorizar las actividades económicas y quienes manifestaban la prevalencia de la salud. Estas grietas se hicieron más evidentes en los países más pobres, más dependientes de los Estados y donde cualquier medida económica repercute directa y gravemente en las personas con menos ingresos.
En este contexto, es difícil pensar en liderazgos o en quien pudo liderar una crisis semejante, que se extendía y se extiende por todo el mundo. No hay duda de que estos cimbronazos pusieron a prueba sobre todo a líderes políticos y gobernantes, su credibilidad y la imagen de cada uno/a en sus territorios.
Ya se han visto algunas luces en el horizonte, es posible reconocer la importancia de los vínculos afectivos para la mayoría de las personas, la cercanía con sus afectos; es posible pensar en nuevas formas de trabajo, se puede articular de una manera diferente el trabajo con la vida familiar. También hay empresas que podrán ser más productivas y otras que tendrán que reconvertir y/o reorientar su producción para sostenerse, pero aún nos falta luz en cuanto a los liderazgos políticos.
Entre los lideres tradicionales (o esperables) ha habido quienes han podido surfear mejor o peor las olas de esta crisis, pero no ha habido un país al frente de la lucha contra el COVID, ni autoridades de los países centrales que hayan emergido como lideres globales. Ha faltado claramente una palabra univoca de unión, un o una líder o varios líderes que conduzcan la vuelta a la llamada “nueva normalidad”, que invoquen valores y principios preciados para las personas que puedan conducir este proceso, que convoquen a la ciudadanía en ese camino.
“La política debe volver a revalorizar los lazos comunitarios, a prevalecer la cercanía con la ciudadanía, a escuchar a los/as habitantes de las ciudades que son quienes experimentan en primera persona las problemáticas sociales, a escuchar a los diferentes sectores productivos y económicos y sus necesidades”.
Lo que sí está claro es que las desigualdades que ha profundizado la pandemia no se resolverán con mas recetas de viejas políticas, ni con recetas globales; cada situación es particular y cada país presenta un contexto diferente. La política debe volver a revalorizar los lazos comunitarios, a prevalecer la cercanía con la ciudadanía, a escuchar a los/as habitantes de las ciudades que son quienes experimentan en primera persona las problemáticas sociales, a escuchar a los diferentes sectores productivos y económicos y sus necesidades.
Esta crisis, como otras, abre oportunidades. En este caso, la oportunidad de liderazgos más cercanos; no liderazgos globales que parecen inalcanzables, sino líderes territoriales de carne y hueso que pongan a la persona en el centro, que interpreten las necesidades de su población y puedan conducir procesos para darles respuesta, que sumen esfuerzos en vez de dividir posturas. Esta crisis plantea la oportunidad de una política de diálogo. Y el diálogo solo se da con quienes se considera pares, por lo tanto, quienes tomen ese papel y ejerzan ese liderazgo deben retomar esa capacidad de construir comunidad y de proponer salidas colectivas de esta situación, donde cada una de las personas sea importante por sí misma y en su entorno.
Carla Tassile
Red de Liderazgo Iberoamericano para el Desarrollo