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El nombre del perro

El primer día de la residencia de Taimur Safder fue el uno de julio. El joven médico reconoce “tener el estómago revuelto cuando me puse la bata blanca" e ir “pertrechado con sus tres bolígrafos preferidos, su brillante estetoscopio Litman, Cardiología III y el libro Pocket Medicine”.

En uno de sus primeros pases de visita su tutor le hizo una pregunta que posteriormente, con frecuencia, se repetiría en su memoria. Fue a raíz de la presentación de un caso de un hombre ingresado con dolor torácico mientras paseaba a su perro. Su tutor le preguntó: “¿Y cuál es el nombre del perro?”. Talmur reconoce que “quedé perplejo. Peor, no veía la necesidad de conocerlo. En ninguna parte durante sus años de formación en la facultad de Medicina había leído que el nombre de un perro ayudase a hacer un buen diagnóstico diferencial”. Pero el tutor lo llevó a la cabecera del paciente y formuló esa pregunta. “Rocky”, contestó el paciente. A continuación el tutor mantuvo una conversación animada, la más animada de todas las conversaciones del día. Esto produjo en el residente una transformación.

Cuatro años después Tamur reconoce que “nada me fue más útil que esta pregunta”. Posteriormente el joven médico nos relata varios casos, alguno difícil y especialmente el de una paciente anciana que quiso ir a su casa desde el hospital el Día de Acción de Gracias con sus nietos y a las pocas horas reingresó con una hemorragia cerebral. Se trasladó desde Urgencias a un Hospice. Un día antes de fallecer Tamur la visita, entra en la habitación, comparte las últimas horas con la paciente y su familia. La familia de la paciente se interesa por él y por su carrera profesional y comparten con el residente el cariño y cuidado hacia la paciente. Tamur confiesa que “encontré un confort que no me proporcionaba la medicina basada en la evidencia… Y descubrí que esa pregunta que acarreaba desde mi primer día de residencia me ayudó a una transformación: me ayudó a ver a los pacientes más allá de mi bata blanca”.

Tamur finaliza su relato con las siguientes palabras: “Si tuviese que dar un consejo a mis jóvenes colegas que toman su bata blanca por primera vez en julio, les diría: aseguraos de tener el nombre del perro”.

De la lectura de este artículo surgen algunas reflexiones. La primera de ellas es que tenemos que recordar que los planos de realidad que se nos presentan en la actividad clínica son tres: el plano objetivo basado en datos medibles y cuantificables, que normalmente recogen la dimensión biológica de la persona y permiten desarrollar la Medicina basada en datos.

Además, tenemos el plano subjetivo (o súper-objetivo según algunos autores). Este plano ostenta un modo espaciotemporal superior al objetivo y no es medible ni cuantificable. Expresa una dimensión dialógico-relacional fundamentada en la biografía. Pero no solo influye la biografía del paciente. También el médico tiene su biografía, que es interpelada por la del paciente en un encuentro, el encuentro clínico, que sustenta el tercer plano de realidad, el intersubjetivo que, en palabras de Harari, “depende de la comunicación entre personas, cuando éstas entretejen conjuntamente una red común de historias”. Los conceptos verdad soportable, continuidad asistencial, compasión y calidad de vida se comprenden a partir del plano intersubjetivo de la realidad.


La vocación que lleva a la Medicina virtuosa

En Medicina el conocimiento se tiene que entender y comprender. Tenemos que entender la biología molecular del cáncer o la fisiopatología de la secreción inadecuada de ADH, pero también conocer el sufrimiento de nuestros pacientes mediante la comprensión que va más allá del entendimiento (hace una interpretación).

La Medicina Clínica es una profesión ejercida con o sin vocación. Cuando se ejerce con vocación se desarrolla de modo único e irrepetible. La profesión sin vocación se queda en el entendimiento; la profesión con vocación añade al entendimiento la comprensión, y entonces es la verdadera Medicina con mayúsculas, la Medicina virtuosa.

La segunda reflexión es que, si hermoso es este artículo del New England, para mí lo más hermoso es que este artículo me lo envió Vanesa. Vanesa Varela es una residente mayor (R5) de Oncología del Hospital Clínico de Santiago. Cuando era residente pequeña, y después de una jornada agotadora, hablamos de lo doloroso que eran las conversaciones difíciles que tenemos con los pacientes. Ella me dijo que lo más duro son los silencios de los enfermos. Ahora que ya no estoy en ese hospital, ella me envía este artículo; y al recibirlo, compruebo con emoción y orgullo que Vanesa entiende y comprende, y que es una profesional con vocación.

Seguiremos progresando en ciencia, técnica y conocimiento. Pero siempre tendremos que hacernos preguntas a nosotros mismos y a nuestros residentes, y asegurarnos de conocer el nombre del perro de nuestro paciente

 

Francisco Javier Barón Duarte
Doctor en Medicina y Máster en Bioética
Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña
Vocal de la Comisión Central de Ética y Deontología de la Organización Médica Colegial

 

 

 

 



Bibliografía:

Taimur Safder. The Name of the Dog. The New England Journal of Medicine 379;14 (October 4, 2018)1299-1301.

Harari, Y. N., Homo Deus, Editorial Debate, Barcelona 2016, pp. 165-166.




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